viernes, 12 de diciembre de 2014

19. NOVIAZGO, MATRIMONIO Y OTROS CASAMIENTOS


Creo que no es aventurado decir que los noviazgos de principio del siglo pasado no tienen nada que ver con los de ahora. Es verdad que estamos en otra época y por lo tanto las circunstancias también son distintas. Es por ello, que el noviazgo sea uno de los ritos que más elementos tradicionales ha perdido en los últimos tiempos.
Hasta bien mediado el siglo xx, cuando un mozo tomaba la determinación de rondar a una moza no le era tarea fácil, pues tenía que montar una estrategia donde en principio debía de dejarse ver para que la dama notara el interés que él mostraba hacia ella, pero tenía que hacerlo con toda discreción, por si lo rechazaba no verse en una situación de sonrojo ante lo que diría el vecindario.
Una vez realizado el primer paso, si la moza en cuestión recibía con agrado el interés mostrado por el mozo, empezaba otra nueva situación conocida como «arrimarse» que tenía su punto álgido los domingos y festivos a la salida de misa. Era entonces cuando las jóvenes se paseaban en grupos «a bracete» para ver y ser vistas, unas evitando, y otras, procurando caer en los extremos de la fila, porque era por allí donde los pretendientes tenían opción de arrimarse y hablar con la pretendida, empezando de esta manera una relación que les llevaría al «noviaje» o al noviazgo.
A partir de aquí, debía de iniciarse necesariamente una relación formal con la petición de entrada del novio en casa de la novia. Esto significaba que el galán, en un «acto de valentía» en el cual, sin duda, debía de pasar un mal trago, venciendo su timidez y haciendo de tripas corazón se presentaba ante el padre de su pretendida para solicitar permiso para cortejarla. En esta entrevista, el futuro yerno exponía las razones por las cuales deseaba entablar relaciones con su hija, a la vez que trataba de darle un buen informe sobre sí mismo y su reputación, tras lo cual debía esperar el veredicto del futuro suegro.
Novios en la feria de la Puebla. La madre sentada con el hermano pequeño.
Una vez que el novio había obtenido el visto bueno y la aprobación, ya podía entrar con cierta libertad a la casa de su prometida, incluso algunos festivos se le invitaba a comer o cenar, o a pasar las «trasnochás» con la novia y alguien de la familia, porque, eso sí, la pareja no podía quedarse en ningún momento sola, siempre debía de estar acompañada por algún vigilante o «carabina», quien ante una mirada de complicidad de los novios o cualquier atisbo de roce o carantoña sospechosa, lanzaba alguna advertencia en forma de tos o golpe de tenazas en el suelo, para advertir a la pareja ante excesivas confianzas.
El «noviaje», que así se le llama en Almaciles al noviazgo, podía ser corto o largo, dependiendo de la edad de la pareja o de las posibilidades que tuvieran para fundar su propio hogar y disponer de trabajo o hacienda. En este punto sería bueno recordar que numerosos matrimonios se establecían movidos por el interés económico, motivo por el cual estos padres a la hora de casar a un hijo o a una hija tenían muy en cuenta los bienes de la familia con la que iban a emparentar, atendiendo principalmente a la cantidad de tierras que poseían. Por consiguiente, era relativamente normal que existieran enlaces de conveniencia entre las clases medias, y sobre todo en las altas. 
Al contrario de lo que ocurre actualmente, la edad para contraer matrimonio solía ser temprana, pues cuando se superaban los 25 años sin perspectiva de noviazgo o matrimonio, se pasaba al grado de solterones, que conllevaba también el título de «moza o mozo viejo». De modo que, cuando una mujer se encontraba en esa situación -con permiso de San Antonio-, se decía de ella que  iba a quedar «para vestir santos». Igualmente se insinuaba de la mujer que después de un largo noviazgo la dejaba el novio.
San Juan
Cuando el noviaje estaba formalizado y la boda ya se veía como una posibilidad real a corto plazo, la novia era correspondida  por parte del novio con un «enramo» en el día de San Juan. Esto consistía en un regalo que la familia del novio hacía a la novia. Con ello se simbolizaba o se reflejaba, de alguna manera, el carácter de seriedad y compromiso de una relación que más pronto que tarde se convertiría en boda.
En Almaciles la noche del día de san Juan, la que une los días 23 y 24 de junio, se convertía en el mejor escenario para la música, la guasa y las bromas, donde no faltaban los «enramos» que los mozos echaban en las puertas de las casas de las mozas.
Los «enramos» en cuestión, eran objetos y utensilios de cualquier estilo o tamaño, abundando más aquellos que se utilizaban en labores domésticas y faenas del campo, incluso vegetales: tallos o ramas de algunos árboles determinados.
Esa noche, por tanto, los padres de las jóvenes casaderas se la pasaban en vela, pendientes de retirar el «regalo» que probablemente dejarían en la puerta de la casa durante la madrugada, para que aquella mañana no apareciera adornada con una albarda, un arado o la rueda de un carro. 
Aunque igualmente hubiera podido tratarse de un trillo, una rama de higuera o un tallo de parra, que era la manera de simbolizar el proceder o la fama de la moza o de sus progenitores, teniendo en cuenta que el trillo significa el poco apego al trabajo; la higuera a la mujer de vida alegre y la parra a quien no puede vivir sin los placeres del vino.
Todo ello formaba parte de esa noche mágica de San Juan y del solsticio de verano, llena de simbolismo, mitos y fantasías desde tiempos inmemoriales.
En esa noche era cuando se elabora el famoso «vino de San Juan». Para obtener ese exquisito vino dulce se mezcla en una garrafa, 5 litros de vino tinto con  azúcar, añadiéndole después trece nueces verdes recién cogidas. A continuación se tapa la garrafa y se agita durante unos momentos, dejándolo reposar sin moverlo durante seis meses, que son justamente el período que separa el día de San Juan y el de Nochebuena, fecha en que se abría la garrafa y se colaría el vino para que sirviera de fiel acompañante a los exquisitos dulces que se elaboran por esas fecha: roscos, mantecados, suspiros, alfajor o tortas de chicharrones.
El Casamiento (la boda)
Si anteriormente hacíamos referencia a los cambios culturales y tradicionales habidos en el rito del noviazgo, lo mismo podemos decir de la boda o el casamiento.
La boda ha constituido para muchos jóvenes de Almaciles y de toda la comarca, uno de los acontecimientos más importantes de sus vidas, pues no en balde, conlleva la emancipación de la casa paterna  y la fundación de un nuevo hogar, sueño al que todo joven aspira, o por lo menos, los de aquella época. 
Los novios (principios del siglo XX).
Para conocer un poco como fueron las bodas de nuestros  abuelos,  nos vamos a retrotraer a finales de siglo XIX y a la primera mitad del XX
El rito religioso del matrimonio comenzaba con las tres velaciones (amonestaciones)  unas semanas antes de la boda. Las amonestaciones son el anuncio público del enlace matrimonial, y se exponían en los tablones de las iglesias o en las entradas de las mismas, durante tres semanas seguidas, con el fin de que los parroquianos pudieran verlas por si alguien alegaba algún impedimento al enlace matrimonial. Al mismo tiempo, los párrocos de estas iglesias también lo hacían público en la misa de los domingos. Esta norma de la Iglesia sigue vigente actualmente.
 Pedimenta es el término que se empleaba hasta no hace muchos años, cuando se iba a pedir la mano de la novia, aunque también se decía, tomar el dicho. Este acto se celebraba en casa de los padres de la novia, que ese día preparaban una sustanciosa comida para celebrarlo a la cual asistían los miembros más cercanos de ambas familias. Como era costumbre, la familia del novio le entregaba a la novia el regalo de pedida, que bien podía ser en metálico, en especie o meramente personal, a modo de sortija, pendientes o cualquier otro presente
Ese día, la novia mostraba el ajuar que ella misma había confeccionado, exponiéndolo en la habitación más presentable de la casa para que lo viera su futura familia. Este ajuar estaba compuesto por juegos de cama y colchas bordados a mano, cubiertas de lana y ganchillo, algunas prendas de lencería o camisones  elaborados  con puntillas de bolillos y otros elementos artesanales.
También era costumbre, que la víspera de la boda, las mujeres del pueblo fueran a ver la cama de la novia. En estas visitas  la misma novia les mostraba los muebles y enseres adquiridos o heredados para su nuevo hogar, así como el ajuar del novio, el suyo propio y la cama con su correspondiente colcha y sábanas bordadas que habrían de servir para pasar su primera noche de bodas; amén del traje de novia y otros adornos y detalles que cualquier novia se presta a lucir con el mejor estilo en el día de su casamiento.
Habría que indicar, no obstante, que no siempre disponían los recién casados de vivienda independiente donde establecerse, en cuyo caso se iban a casa de los padres del novio hasta que les era posible disponer de la suya propia. 
A los padrinos se les llamaba compadres: él, el compadre y ella la comadre. No era común como  lo es actualmente, que fuesen el padre de la novia y la madre del novio, más bien ejercían esa función los compadres de bautismo del novio, o en sus caso hermanos o tíos de los contrayentes.
Lo normal en aquella época era que las novias se casaran «de corto» y el traje de novia solía ser de color negro con un velo o blonda del mismo color o de tonos claros que le cubría la cabeza, aunque también había quien utilizaba teja y mantilla, si bien este complemento estaba reservado a personas de otro rango social. Este traje además era guardado por la mujer durante toda su vida, ya que con toda probabilidad sería utilizado para llevarlo en su «último viaje». Igualmente ocurría con el traje del novio.

El día de la boda.

La ceremonia y el banquete
Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX las bodas se celebraban en domingos o festivos por la mañana y como en otros lugares de esta comarca, en Almaciles el novio iba a «recoger» a la novia a su casa acompañado de familiares y amigos. Desde la casa de su futura esposa, los contrayentes junto a los compadres y el cortejo  de invitados, recorrían  andando el trayecto que mediaba hasta la iglesia, mientras que un numeroso grupo de curiosos esperaban en las inmediaciones del templo para verlos pasar. 
Al empezar la ceremonia, el cura colocaba sobre los hombros de los contrayentes «el yugo» como símbolo de unidad y permanencia del matrimonio. Este objeto simbólico consistía en un paño bordado con forma rectangular.
Una vez terminada la ceremonia religiosa y tras las correspondientes felicitaciones y vítores a los novios, los recién casados acompañados de los invitados, se dirigían a casa de los padres de la novia, lugar donde generalmente se solía celebrar el convite o «refresco». Éste se iniciaba con varias rondas de dulces y mistela como antesala de la comida propiamente dicha que llegaría inmediatamente después y, como era habitual, consistía en platos tradicionales de la tierra en los que el arroz con conejo y pollo junto al guisado de cordero se convertían en el elemento primordial.


El "refresco".

Convite de boda. (Foto cedida por Juana Gutiérrez).


A todo esto hay que decir que las guisanderas, mujeres vecinas del pueblo, con acreditada experiencia en la gastronomía local, eran contratadas para  elaborar las comidas que se daban en este tipo de celebraciones, que en ocasiones duraban dos días.
Un dato destacable en las bodas que se realizaban hasta principios del siglo xx consistía en que los invitados le hacían el regalo directamente a la novia en casa de ésta, momentos antes  de que la comitiva partiera hacia la iglesia.
Este acto lo presidía la misma novia quien observaba atentamente cómo los invitados de ambas partes iban desfilado y depositando su regalo en metálico encima de una mesa que se ponía para tal fin. 
Esto fue cambiando con el tiempo y a partir de los años 20 y 30, el regalo se le daba a los novios después del casamiento, en el mismo lugar donde se celebra el convite (cuando éste estaba concluyendo). De forma que en la mesa donde se encontraban sentados los novios y, delante de los mismos, se habilitaba una bandeja ante la cual los invitados iban desfilando uno a uno dejando el regalo en efectivo a la vista tanto de los novios como de los padrinos y familiares más allegados que iban tomando nota visual del momento.
Aunque esta tradición ha venido a menos debido a las nuevas costumbres y formas de vida, en esta comarca aún se sigue practicando.
Como colofón final al banquete, no podía faltar la música, y con ella, el baile, unas veces al compás del acordeón y otras al son de la música de cuerda. Pues justo es reconocer que Almaciles siempre tuvo fama de tener buena música y excelentes músicos.
Haciendo uso del dicho popular de no hay dos sin tres, si ya hubo  pedimenta y boda, faltaba una tercera celebración y ésta no podía ser otra que la «tornaboda», que consistía generalmente en un convite que los padres del novio daban en su propia casa, unos día después de la boda en honor de los nuevos esposos, con la asistencia de éstos y los parientes más cercanos. 
Otros casamientos
Si antes hemos hablado de la boda como acontecimiento religioso y también social, en la que cada familia celebraba el casamiento de sus respectivos descendientes con arreglo a sus posibilidades, también había otras que por distintos motivos, los enlaces matrimoniales los hacían de una forma austera, ateniéndose a lo estrictamente religioso, carente de la parafernalia y pomposidad de las bodas tradicionales.
Estos casos se daban principalmente en familias cuyos miembros eran jornaleros o sirvientes, cuyos ingresos no les permitían realizar otro tipo de boda.
También se realizaban estas ceremonias, cuando se había perdido recientemente un familiar cercano, en cuyo caso, por respeto al difunto, los novios se «echaban las cruces» cualquier día de la semana que no fuera festivo, acompañados sólo por padrinos, padres y hermanos.
Llevarse a la novia o irse con el novio
Esta costumbre se encontraba muy arraigada por toda la comarca hasta mediados del siglo pasado, incluso hasta alguna década posterior, y como es de suponer, este acto se llevaba a cabo de común acuerdo entre la pareja, aunque había casos en los que influían «factores externos».
Hay datos que confirman el hecho de que a principios del siglo xx el número de fugados (por el que también eran conocidos) se consideraba muy abultado, llegando a sobrepasar en algunos momentos al de matrimonios eclesiásticos.
Se dice que esta tradición tiene reminiscencias árabes,  pero lo cierto es que algunos de los motivos que llevaban a las parejas a tomar esta decisión, estaban relacionados con el impedimento por parte de una o de ambas familias a que se celebrara esa unión.
Otras causas podían ser el embarazo de la novia, la carencia de dinero para sufragar los gastos de una posible boda, incluso el estado de ánimo, calentamiento, decisión no madurada de los novios etc.
A la hora de contraer matrimonio eclesiástico, la Iglesia que, como no podía ser de otra manera, desaprobaba la actitud de estas parejas, como medida correctiva o sancionadora, aparte de una buena reprimenda recibida por parte del cura, se les solía casar en días no festivos a primeras horas de la mañana o incluso de madrugada, carentes de toda solemnidad, con la sola asistencia de compadres y testigos, o como mucho, padres y hermanos de ambos.
La cencerrada
El Diccionario de la Real Academia Española de la lengua (DRAE) en una de las definiciones que hace del término cencerrada dice lo siguiente: «Ruido desapacible que se hace con cencerros, cuernos y otras cosas para burlarse de los viudos la primera noche de sus nuevas bodas»”.
 Pues esto es lo que se hacía en Almaciles hasta mediados del pasado siglo cuando se juntaban o se «arrejuntaba» un viudo y una viuda, aunque también se podía dar la situación de hombre viudo con mujer soltera o viceversa. En cualquier caso lo más probable era que no quedaran exentos de una sonora «cencerrá» como se dice por aquí.
La mayor y más famosa «cencerrá» que se recuerda en Almaciles, se remonta a la mitad del pasado siglo en la que fueron los protagonistas un tal Desiderio, viudo, y una solterona llamada María Antonia. Algunas personas que asistieron a ella, dicen que participó todo el pueblo, incluidas autoridades como el alcalde y el comandante de puesto de la Guardia Civil.
Según cuentan, era tal el ruido producido por cencerros, caracolas, cuernas, pucheros, coberteras y otros utensilios de efecto luminoso como antorchas y linternas, que su sonido y su visión se hizo notar a una milla de Almaciles.
Y para terminar este apartado relacionado con el patrimonio social y costumbrista, me voy a remitir a una curiosísima y peculiar manera de detectar las posibilidades de éxito o fracaso de un varón a la hora de rondar a la moza pretendida.
La tradición oral de la comarca nos da a conocer que hasta finales del siglo XIX existía una antigua y pintoresca costumbre de uso frecuente en esta tierra que consistía en lo siguiente: cuando el pretendiente de una moza quería saber si iba a ser aceptado por el futuro suegro, arrojaba una garrota o bastón al corral de éste y, si dicho bastón no le era devuelto, significaba que el mozo en cuestión era bien visto por él y por la familia, con lo cual tenía asegurado el «sí» de la moza. Si por el contrario, el bastón le era devuelto por el mismo conducto que se le había enviado, es decir, arrojándolo al exterior, significaba que no se le aceptaba y, por lo tanto, cualquier atisbo o intento de declaración ante ella resultaría en vano.


Juan García Tristante.



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Bibliografía 
Berruezo Díaz, Antonio. PUEBLA DE DON FADRIQUE 1525-1980. Sucesores de Nogués. Murcia, 1980.
-Testimonios orales de persona que tuvieron experiencia en algunos de los hechos aquí relatados.



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